20070120

Al rico impuestito.


Hace unas semanas leí algo en un diario referente al problema de la contaminación en general, en las ciudades en particular y en el elevado consumo de recursos derivados del petróleo, que se usan como combustible para los vehículos. Es decir, hablo del gasóil y de la gasolina.
En Gran Bretaña y en Francia (París, porque Francia es en su mayor parte París), se sanciona mediante tasas o prohibiciones el uso de vehículos de gran tamaño, tipo todoterrenos, SUV, monovolúmenes y berlinas de alta gama.
Estos vehículos, por sus motores potentísimos, consumen mayor cantidad de combustible que el resto. La mayor parte de esos vehículos o bien son infrautilizados (como muchos todoterreno, que se compran para ir por carretera y no ven la montaña más que como paisaje de fondo -de ahí nacieron los SUV y otros primos hermanos), o bien son de tan elevado coste que no pueden ser adquiridos por la mayoría de conductores. En cambio, existen coches de pequeño tamaño y cilindrada que sí tienen motores potentes al alcance de los conductores. Y luego están los prácticos monovolúmenes, que son una evolución de las furgonetas de antaño, dotadas de tantas o más comodidades que un turismo. Son vehículos prácticos para las familias, sobre todo desde que estamos obligados a tener un completo mobiliario para llevar a los niños en coches, en forma de sillitas de tamaño variable según la edad y estatura de la criatura.
Sin embargo, los gobiernos de aquellas naciones han decidido que se consume mucho petróleo (cosa que es cierta), y han decidido reducir esta demanda energética (cosa que me parece muy bien) y solucionar problemas de espacio (que es un problema importante) en las grandes ciudades. Pero han elegido nuevamente la forma equivocada: el impuesto.
Y aquí, como no podemos ser menos, vamos por la misma tendencia.
Se está pensando en gravar más y peor los vehículos que consuman más combustible. Se pretende, con ello, hacer desistir de la idea al comprador de adquirir un vehículo potente. Hay que ver qué prácticos que son los políticos.
Yo, en particular, voy a criticar a los nuestros.
Hace décadas que se venían venir las consecuencias que la combustión de los derivados del petróleo tenían para el medio ambiente. En un mundo como es el Planeta Tierra, donde el avance de la ciencia en el siglo XX ha sido geométricamente exponencial, en comparación con siglos anteriores, donde la electrónica, por citar un ejemplo, ha avanzado tanto que permite construir equipos electrónicos cada vez más pequeños y de mejores y espectaculares prestaciones; donde la medicina, la agricultura, la industria aeroespacial, etc. han evolucionado sin muchos impedimentos, hacia límites verdaderamente insoñables solamente una década atrás del último descubrimiento o avance. ¿Y por qué no pudo suceder esto mismo con la forma de alimentar energéticamente la gran cantidad de máquinas que dependen del petróleo? ¿Por qué no se buscaron y estudiaron nuevas formas de energía que moviera nuestras tan necesarias máquinas? La razón es muy simple: el petróleo movía el mercado de dinero en el mundo. Incluso ha provocado guerras internacionales y civiles.
Ahora parece que el petróleo ya se va agotando y quizá ahora sea el momento de dar libertad a la búsqueda de nuevas fuentes de energía. Y mientras tanto hay que economizar las ya bastante agotadas reservas de petróleo existentes. Pero, ¿cómo lo van a hacer nuestros gobiernos? A golpe de impuestito.
Digo yo que esto es una forma de despreciar el intelecto de nuestra sociedad global. Creo yo que los científicos son suficientemente inteligentes y disponen de los suficientes medios tecnológicos para buscar nuevas fuentes de energía que sean compatibles con nuestras máquinas. Pero solamente ahora se confía en ellos y no del todo.
Por eso mismo, nuestro gobierno piensa en gravar mediante tasas o impuestos (o ambas cosas) nuestra decisión de comprarnos un coche con una potencia que será elevada o no, según el criterio gubernamental. Claro que podrían obligar a los fabricantes a que crearan motores con patrones de consumo inferiores a los actuales. Eso también economizaría combustible. Además, supondría invertir en ciencia, en investigación (lo que se dice I+D), lo que favorecería la creación de puestos de trabajo, favorecería también el estudio, la formación, etc. Está claro que todo esto tendría un coste económico para las empresas que se repercutiría en el comprador. Es la ley del mercado.
Pero miren, en lugar de pagar por ciencia, por avance, por tecnología, el Gobierno pretende que paguemos impuestos. Como si fueran una multa, un castigo por ser unos insensatos y despreciar el medio ambiente (ese medio ambiente que durante décadas ha sido despreciado por los propios gobiernos de todo el mundo).
Quizá no me entiendan, pero les pondré un ejemplo práctico para explicarme mejor:
Supongan que van a comprarse un teléfono móvil. En el país Ciencia usted podrá adquirir, a precio de mercado, un teléfono que tendrá unas prestaciones fabulosas que facilitarán que se instalen menos antenas en el suelo (y muchos tenemos cierta desconfianza hacia estas antenas), porque tienen más alcance, o utilizan frecuencias o sistemas de cifrado mejores. Usted pagará por esa tecnología, claro. Pero vivirá en un país con menos antenas. Eso le hará, sin duda, la vida más cómoda.
Ahora están el país Impuesto. En este país también tienen la intención de reducir el número de antenas. Pero optan por imponerle tasas o impuestos a los móviles, para que usted desista de tener uno. En este país usted pagará el mismo dinero para adquirir un teléfono más barato de construir y de menores prestaciones. Claro que el fabricante puede construir el mismo teléfono para usted que para el país Ciencia, pero si ya aquél es más caro de construir, si lo gravan con impuestos, el precio será prohibitivo y no se venderá. La conclusión a la que llegará el constructor será que no es rentable invertir en ciencia, porque encarece el producto más allá del coste normal de adquisición. Eso sí, se venderán muchísimos teléfonos móviles. Tantos o más que en el país Ciencia. Pero serán peores; el número de antenas, por tanto, no disminuirá y tanto impuesto no tendrá efecto y usted no vivirá mejor. Y se venderán porque son un producto ya tan necesario para la vida cotidiana, que la sociedad del país Impuesto no puede prescindir de ellos (a los que no tengan móvil porque lo odian o no lo necesitan, por favor, no interpreten al pie de la letra este ejemplo).
Bueno, pues ahora sustituyan el móvil por el automóvil (qué curiosa coincidencia fonética) e imaginen las diferencias entre el país Ciencia y el país Impuesto. ¿En cuál creen ustedes que se viviría mejor?

Entre papelitos y otras pamplinas...



Ando semanas estupefacto ante lo ocurrido en España. Empezando por el atentado de diciembre, que tuvo su cruel resultado con la muerte de dos personas que simplemente estaban por allí. Más triste no puede ser. Que dos personas hagan lo propio de una vida normal y se encuentren de esta forma con la muerte será algo que me imagino rondará por las cabezas de sus familiares, amigos y conocidos, amén de mucha otra gente que, como yo, no encuentra sentido a todas esas desgracias (desgracias para nosotros, que las sufrimos, que somos los que no pensamos como ellos, los que las causan).

Son situaciones a las que ya hemos asistido demasiadas veces y no somos los únicos que las padecen. Debido al cariz de las mismas, afectan y obligan a nuestro Gobierno a tomar medidas para evitar que se reproduzcan nuevamente. Medidas que sean las política, social y jurídicamente correctas. Y es aquí donde me pierdo.

Llamar a un atentado terrorista un accidente trágico, entre otras categorías de accidentes que he escuchado denominando el mismo suceso, significa en primer lugar minimizar lo verdaderamente sucedido (por no decir que se está insultando la inteligencia de muchas personas). Insistir en tratar a esos criminales como si de compañeros políticos se tratara, negociando y dialogando con ellos como si aquí no pasara nada, es otro atropello al sentido común. Pero montar espectáculos públicos en forma de manifestaciones cuyas cabezas de fila son marionetas -bien pagadas a golpe de subvención, eso sí- y criticar ferozmente, mediante agresiones verbales (que por otra parte, promueven también agresiones físicas, a mi entender), a través de sujetos que nada tienen que ver en todo esto, salvo en que son víctimas potenciales también de sufrir el mismo horror que los dos últimos fallecidos; ningunear al segundo partido más votado de España a través de las propias instituciones políticas -y con ello a casi la mitad de la población española, a la que también el Gobierno representa-, no asistiendo a sus debates en el Congreso; llamar papelito a un documento importantísimo que suponía el compromiso más importante, quizá, que se ha firmado jamás en nuestra democracia; exigir a la fuerza política denostada que se presente sumisa a su encuentro, sin ideas, sin convicciones, sin condiciones por una parte, pero no callar ni criticar las condiciones que declaran a cielo abierto otras formaciones políticas minoritarias en número de voto en España (que tanto derecho tienen, por cierto, a expresar sus opiniones democráticamente, como los demás); y desoir las multitudinarias manifestaciones públicas que significan el pensar de muchísimos ciudadanos españoles, es lo que me deja perplejo y me hace preguntarme qué está pasando aquí.

A veces tengo la impresión de que vivo en otro planeta. Porque es como si estuviera observando otra forma de sociedad, donde no existen ni las mismas reglas, ni los malos son los malos, ni la gente decente lo es, simplemente por el hecho de tener pensamiento e ideas propias que expresan, para ser luego vilipendiados y repudiados de la vida normal.

Y yo me pregunto a dónde conducirá todo esto.

Perplejo. Simplemente estoy perplejo.