Hace unas semanas leí algo en un diario referente al problema de la contaminación en general, en las ciudades en particular y en el elevado consumo de recursos derivados del petróleo, que se usan como combustible para los vehículos. Es decir, hablo del gasóil y de la gasolina.
En Gran Bretaña y en Francia (París, porque Francia es en su mayor parte París), se sanciona mediante tasas o prohibiciones el uso de vehículos de gran tamaño, tipo todoterrenos, SUV, monovolúmenes y berlinas de alta gama.
Estos vehículos, por sus motores potentísimos, consumen mayor cantidad de combustible que el resto. La mayor parte de esos vehículos o bien son infrautilizados (como muchos todoterreno, que se compran para ir por carretera y no ven la montaña más que como paisaje de fondo -de ahí nacieron los SUV y otros primos hermanos), o bien son de tan elevado coste que no pueden ser adquiridos por la mayoría de conductores. En cambio, existen coches de pequeño tamaño y cilindrada que sí tienen motores potentes al alcance de los conductores. Y luego están los prácticos monovolúmenes, que son una evolución de las furgonetas de antaño, dotadas de tantas o más comodidades que un turismo. Son vehículos prácticos para las familias, sobre todo desde que estamos obligados a tener un completo mobiliario para llevar a los niños en coches, en forma de sillitas de tamaño variable según la edad y estatura de la criatura.
Sin embargo, los gobiernos de aquellas naciones han decidido que se consume mucho petróleo (cosa que es cierta), y han decidido reducir esta demanda energética (cosa que me parece muy bien) y solucionar problemas de espacio (que es un problema importante) en las grandes ciudades. Pero han elegido nuevamente la forma equivocada: el impuesto.
Y aquí, como no podemos ser menos, vamos por la misma tendencia.
Se está pensando en gravar más y peor los vehículos que consuman más combustible. Se pretende, con ello, hacer desistir de la idea al comprador de adquirir un vehículo potente. Hay que ver qué prácticos que son los políticos.
Yo, en particular, voy a criticar a los nuestros.
Hace décadas que se venían venir las consecuencias que la combustión de los derivados del petróleo tenían para el medio ambiente. En un mundo como es el Planeta Tierra, donde el avance de la ciencia en el siglo XX ha sido geométricamente exponencial, en comparación con siglos anteriores, donde la electrónica, por citar un ejemplo, ha avanzado tanto que permite construir equipos electrónicos cada vez más pequeños y de mejores y espectaculares prestaciones; donde la medicina, la agricultura, la industria aeroespacial, etc. han evolucionado sin muchos impedimentos, hacia límites verdaderamente insoñables solamente una década atrás del último descubrimiento o avance. ¿Y por qué no pudo suceder esto mismo con la forma de alimentar energéticamente la gran cantidad de máquinas que dependen del petróleo? ¿Por qué no se buscaron y estudiaron nuevas formas de energía que moviera nuestras tan necesarias máquinas? La razón es muy simple: el petróleo movía el mercado de dinero en el mundo. Incluso ha provocado guerras internacionales y civiles.
Ahora parece que el petróleo ya se va agotando y quizá ahora sea el momento de dar libertad a la búsqueda de nuevas fuentes de energía. Y mientras tanto hay que economizar las ya bastante agotadas reservas de petróleo existentes. Pero, ¿cómo lo van a hacer nuestros gobiernos? A golpe de impuestito.
Digo yo que esto es una forma de despreciar el intelecto de nuestra sociedad global. Creo yo que los científicos son suficientemente inteligentes y disponen de los suficientes medios tecnológicos para buscar nuevas fuentes de energía que sean compatibles con nuestras máquinas. Pero solamente ahora se confía en ellos y no del todo.
Por eso mismo, nuestro gobierno piensa en gravar mediante tasas o impuestos (o ambas cosas) nuestra decisión de comprarnos un coche con una potencia que será elevada o no, según el criterio gubernamental. Claro que podrían obligar a los fabricantes a que crearan motores con patrones de consumo inferiores a los actuales. Eso también economizaría combustible. Además, supondría invertir en ciencia, en investigación (lo que se dice I+D), lo que favorecería la creación de puestos de trabajo, favorecería también el estudio, la formación, etc. Está claro que todo esto tendría un coste económico para las empresas que se repercutiría en el comprador. Es la ley del mercado.
Pero miren, en lugar de pagar por ciencia, por avance, por tecnología, el Gobierno pretende que paguemos impuestos. Como si fueran una multa, un castigo por ser unos insensatos y despreciar el medio ambiente (ese medio ambiente que durante décadas ha sido despreciado por los propios gobiernos de todo el mundo).
Quizá no me entiendan, pero les pondré un ejemplo práctico para explicarme mejor:
Supongan que van a comprarse un teléfono móvil. En el país Ciencia usted podrá adquirir, a precio de mercado, un teléfono que tendrá unas prestaciones fabulosas que facilitarán que se instalen menos antenas en el suelo (y muchos tenemos cierta desconfianza hacia estas antenas), porque tienen más alcance, o utilizan frecuencias o sistemas de cifrado mejores. Usted pagará por esa tecnología, claro. Pero vivirá en un país con menos antenas. Eso le hará, sin duda, la vida más cómoda.
Ahora están el país Impuesto. En este país también tienen la intención de reducir el número de antenas. Pero optan por imponerle tasas o impuestos a los móviles, para que usted desista de tener uno. En este país usted pagará el mismo dinero para adquirir un teléfono más barato de construir y de menores prestaciones. Claro que el fabricante puede construir el mismo teléfono para usted que para el país Ciencia, pero si ya aquél es más caro de construir, si lo gravan con impuestos, el precio será prohibitivo y no se venderá. La conclusión a la que llegará el constructor será que no es rentable invertir en ciencia, porque encarece el producto más allá del coste normal de adquisición. Eso sí, se venderán muchísimos teléfonos móviles. Tantos o más que en el país Ciencia. Pero serán peores; el número de antenas, por tanto, no disminuirá y tanto impuesto no tendrá efecto y usted no vivirá mejor. Y se venderán porque son un producto ya tan necesario para la vida cotidiana, que la sociedad del país Impuesto no puede prescindir de ellos (a los que no tengan móvil porque lo odian o no lo necesitan, por favor, no interpreten al pie de la letra este ejemplo).
Bueno, pues ahora sustituyan el móvil por el automóvil (qué curiosa coincidencia fonética) e imaginen las diferencias entre el país Ciencia y el país Impuesto. ¿En cuál creen ustedes que se viviría mejor?