20070120

Entre papelitos y otras pamplinas...



Ando semanas estupefacto ante lo ocurrido en España. Empezando por el atentado de diciembre, que tuvo su cruel resultado con la muerte de dos personas que simplemente estaban por allí. Más triste no puede ser. Que dos personas hagan lo propio de una vida normal y se encuentren de esta forma con la muerte será algo que me imagino rondará por las cabezas de sus familiares, amigos y conocidos, amén de mucha otra gente que, como yo, no encuentra sentido a todas esas desgracias (desgracias para nosotros, que las sufrimos, que somos los que no pensamos como ellos, los que las causan).

Son situaciones a las que ya hemos asistido demasiadas veces y no somos los únicos que las padecen. Debido al cariz de las mismas, afectan y obligan a nuestro Gobierno a tomar medidas para evitar que se reproduzcan nuevamente. Medidas que sean las política, social y jurídicamente correctas. Y es aquí donde me pierdo.

Llamar a un atentado terrorista un accidente trágico, entre otras categorías de accidentes que he escuchado denominando el mismo suceso, significa en primer lugar minimizar lo verdaderamente sucedido (por no decir que se está insultando la inteligencia de muchas personas). Insistir en tratar a esos criminales como si de compañeros políticos se tratara, negociando y dialogando con ellos como si aquí no pasara nada, es otro atropello al sentido común. Pero montar espectáculos públicos en forma de manifestaciones cuyas cabezas de fila son marionetas -bien pagadas a golpe de subvención, eso sí- y criticar ferozmente, mediante agresiones verbales (que por otra parte, promueven también agresiones físicas, a mi entender), a través de sujetos que nada tienen que ver en todo esto, salvo en que son víctimas potenciales también de sufrir el mismo horror que los dos últimos fallecidos; ningunear al segundo partido más votado de España a través de las propias instituciones políticas -y con ello a casi la mitad de la población española, a la que también el Gobierno representa-, no asistiendo a sus debates en el Congreso; llamar papelito a un documento importantísimo que suponía el compromiso más importante, quizá, que se ha firmado jamás en nuestra democracia; exigir a la fuerza política denostada que se presente sumisa a su encuentro, sin ideas, sin convicciones, sin condiciones por una parte, pero no callar ni criticar las condiciones que declaran a cielo abierto otras formaciones políticas minoritarias en número de voto en España (que tanto derecho tienen, por cierto, a expresar sus opiniones democráticamente, como los demás); y desoir las multitudinarias manifestaciones públicas que significan el pensar de muchísimos ciudadanos españoles, es lo que me deja perplejo y me hace preguntarme qué está pasando aquí.

A veces tengo la impresión de que vivo en otro planeta. Porque es como si estuviera observando otra forma de sociedad, donde no existen ni las mismas reglas, ni los malos son los malos, ni la gente decente lo es, simplemente por el hecho de tener pensamiento e ideas propias que expresan, para ser luego vilipendiados y repudiados de la vida normal.

Y yo me pregunto a dónde conducirá todo esto.

Perplejo. Simplemente estoy perplejo.